La arqueología destapa un enemigo invisible en el Muro de Adriano: nuevos estudios muestran que los soldados romanos sufrían infecciones parasitarias

Cuando pensamos en un legionario romano, la imagen suele ser clara: disciplina férrea, armaduras relucientes, baños públicos, acueductos… una maquinaria militar y sanitaria muy por delante de su tiempo.
Pero la realidad, como casi siempre ocurre cuando se investiga con lupa, era bastante menos épica.

En la fortaleza romana de Vindolanda, junto al Muro de Adriano, los soldados no solo luchaban contra el frío, la humedad y el aislamiento del norte de Britania. También combatían —sin saberlo— contra parásitos intestinales que los debilitaban día tras día.

Y lo más curioso es cómo se ha descubierto.

La historia estaba en las letrinas

Un equipo de investigadores de las universidades de Cambridge y Oxford ha analizado sedimentos extraídos de los desagües de las letrinas y baños del fuerte, datados en el siglo III después de Cristo.
Es decir: estudiaron, literalmente, los restos de lo que los romanos tiraban por el desagüe.

En esas muestras encontraron huevos de lombrices intestinales, tricocéfalos… y algo aún más revelador: evidencia molecular directa de giardia, un parásito microscópico que provoca diarreas intensas, fatiga extrema y pérdida de peso.

Es la primera vez que se detecta giardia de forma tan clara en la Britania romana.

Una epidemia silenciosa entre los soldados

Estos parásitos se transmiten por una vía muy simple —y muy peligrosa—: la contaminación fecal de agua, alimentos o manos.
Y eso explica por qué el problema podía extenderse con facilidad dentro de una guarnición cerrada, donde decenas o cientos de soldados compartían letrinas, baños y fuentes de agua.

Los síntomas no eran leves:
• diarreas persistentes
• dolores abdominales
• deshidratación
• fatiga constante
• malnutrición

Ahora imagina intentar patrullar una frontera hostil, cargar con el equipo militar o responder a un ataque… en ese estado.

Ni las letrinas romanas eran suficientes

Lo más llamativo del hallazgo es que Vindolanda sí contaba con infraestructuras sanitarias avanzadas para su época: letrinas comunales, un complejo termal y un sistema de drenaje relativamente sofisticado.

Y aun así, no bastaba.

Los investigadores creen que estos sistemas, lejos de frenar los contagios, favorecían la reinfección constante, sobre todo si el agua no se renovaba adecuadamente o si la higiene personal era limitada según los estándares actuales.

Los médicos romanos sabían que existían los gusanos intestinales, pero no tenían tratamientos eficaces para eliminarlos. En muchos casos, los soldados convivían con estos parásitos durante semanas o meses.

No era un caso aislado

Lo ocurrido en Vindolanda no fue una excepción. Estudios similares en otros fuertes romanos de Europa muestran patrones parecidos.
Curiosamente, en las grandes ciudades romanas aparecen más tipos de parásitos, relacionados con el consumo de carne y pescado, mientras que en los campamentos militares dominan los transmitidos por vía fecal-oral.

Dicho de forma clara: la vida en la frontera era dura incluso para el estómago.

Una visión mucho más humana del Imperio

Este tipo de descubrimientos desmonta la imagen idealizada de Roma como una potencia perfectamente organizada y saludable.
Sí, construyeron calzadas, acueductos y murallas colosales.
Pero también hubo soldados agotados, enfermos, deshidratados… luchando contra enemigos invisibles dentro de su propio cuerpo.

La historia, al final, no solo se escribe con grandes batallas y emperadores. A veces se entiende mejor mirando lo que quedó en una antigua letrina.

Y eso, aunque no sea glorioso, nos acerca mucho más a la realidad cotidiana de quienes vivieron —y sufrieron— el Imperio romano en sus fronteras más inhóspitas.

Deja un comentario